Lo que se incendia sin terminar de arder

 

Por Víctor Daniel López  < VDL >

Twitter @vicdanlop

 

 

Incendiaba todos los lagos la tarde,
se reventaban las últimas palabras
irradiando en la peste nueva que asolaba detrás de las puertas cerradas
y así despojando las largas sombras que iban alzando las últimas oportunidades;
la esperanza reducida a una plaga interminable de hormigas
cargando de piedra en piedra todas las piedras del mundo
para construir un refugio contra aquel calor asfixiante
que iba terminando con todas las noches
y los recuerdos culpables de las ventanas rotas
por donde entran los miedos que no existen pero son y emergen
de entre las sombras, como vampiros, solitarios seres en búsqueda de lo irreparablemente perdido.

Ardía el fuego todo lo que podía arder para consumir las praderas,
la hierba, la hierba,
dejando solamente las piedras.
A las aguas caía el mundo,
las carreteras que se abren, y a uno se lo traga la tierra.
Los aviones estrellándose contra las nubes que no son más que cristales,
y el puente que nos sostiene para mantenernos aún de pie,
mirando el reflejo nuestro en el espejo de la mirada de quien observa sin ver,
y la inocencia del ciego que, sin ver, vaticina siempre lo que ha de venir:
el fuego,
la caricia que al extraviado le falta,
la reconciliación de la golondrina con el cielo que destroza las nubes,
convirtiéndolas en figuras de porcelana,
de barro,
frágiles al tacto de cualquier otro ser que se cruce a su paso
(así se inventó el hombre).

Aquella tarde caían las estrellas muertas por intentar renacer:
en otra galaxia,
en otras aguas,
lejos de la noche que ha de desistir a los intentos de ser mujer.

Todos los mares ardían de fuego para evaporarse al sol,
que, lejos de todo cuanto ardía,
incendiaba la tarde
y todas las aves que volaban al horizonte por intentar salvarse;
incendiaba los corazones en su último intento de amar
sin poder alcanzar la tenue luz del universo que gritaba a todos los hombres,
para hacer salvar aquel último rastro de aurora que agonizaba en un rojo capaz de devorarlo todo.

Y así nos fuimos,
así perdimos el último crepúsculo,
y así nos dejamos apagar, consumir,
expirando todos los soles con sus noches y todas las tardes.

 

El grito - Wikipedia, la enciclopedia libre

«El grito»
Edvard Munch