Por: Daniel Hernández García.

Ella estaba sobre mi pecho mientras mi cuarto tomaba un tono azul marino otorgado por el alba. Ella se abrazaba a mi dando equilibrio a la atmósfera.
Yo observaba desde el verde de sus lagunas, sus ojos luz marina de su rostro. Ella se encontraba hermosa como siempre y Yo estaba ahí.
Sus respiraciones me daban vida mientras volábamos en mi habitación azúl, tan libres como siempre.
Eran sus suaves movimientos al rededor de mi cuerpo que me dieron seguridad al sentirla tan libre como siempre. Sus ojos me hablaron de un sueño y mi nobleza, mientras volábamos tan libres como siempre.
Hoy queda en mi memoria aquel resplandor turquesa que reflejaron sus ojos ante la luz crepuscular y el movimiento de su tórax al ser tan libre como siempre.