Por G. Mateo
La parpadeante luz de los faros
mordía la seda de tus medias,
tu perfume sensual escapaba
dejando en el aire brillantes huellas.
Caminabas por la oscura calle,
esa que transitas en las pesadillas;
el olor a petróleo de los carros
perseguía la cereza de tus labios.
Llegaste a la esquina de mi condominio,
subiste opulenta por mi edificio
internándote sigilosa en mi alcoba,
te deslizaste curiosa por mi alfombra
y con tus dedos corriste el cortinero.
Desprevenida, agitada, musa delicada,
envolví tus ojos en mi terciopelo
tu cuerpo cubrí en suave duvetina
y a tus pies coloqué rojas zapatillas…
Bajamos desesperados por la escalera,
miré el barandal dorado
deslizándose por tu mano,
tomé la llave, abrí el candado,
el claustro de mi jardín te di como regalo,
mi cortejo más delicado
la flor de pétalos azucarados,
abaniqué el polen que encendió tus mejillas
luciérnagas que volaban tibias…
En el patio de mármol,
nuestras sombras se besaron
entre la espuma del vino cayendo de la botella…
entonces, caminé al piano y entoné,
una y otra vez tu canción preferida,
tu corazón extasiado se quedó dormido,
mordí tu cuello de manzana
y en el cofre de tu vientre
excitado al borde de la fantasía
¡Bang, bang! dos balas disparé…
Al amanecer antes del sol,
frente a la luna del espejo,
la manecilla,
besó la hora exacta en el reloj,
tomé el abrigo negro,
el bastón blanco
ajusté el nudo de mi corbata,
froté la seducción en mis manos
y guardé el revólver,
en mi entrepierna.