Víctor Daniel López

Pequeños mundos” es el título de la exposición de Kandinsky que se está presentando en México desde el pasado octubre, dentro del museo del Palacio de Bellas Artes, y que aún estará hasta finales de este mes de enero, para quien no haya tenido ocasión de asistir. Es una gran oportunidad para poder conocer la trayectoria del artista en cada una de las corrientes que exploró, como el impresionismo o el fauvismo, hasta que al final lo llevaron toda su experiencia, inspiración y conocimientos a ser uno de los precursores del arte abstracto. Con el apoyo visual de más de cincuenta obras (traídas de museos como el State Tretyakov Gallery, el Pushkin State Museum of Fine Arts, el Centre Georges Pompidou de París, el Solomon R. Guggenheim o el MOMA de Nueva York), el espectador podrá adentrarse en su universo, comprenderlo, casi tocarlo, así como también conocer su vida personal y los motivos que lo llevaron a inclinarse por la pintura y por seguir tal o cual estilo.

La excelente curaduría de “Pequeños mundosnos invita a descubrir los secretos que se esconden detrás de esas formas geométricas llenas de colores tan vivos, y que parecieran estarse moviendo aún en la quietud, como si fuera una fiesta en silencio. La influencia que obtiene Kandinsky de la música de Schönberg o Wagner es crucial para su arte, pues el pintor ruso afirmaba que si uno cerraba los ojos al oír alguna pieza sinfónica y ponía todos los sentidos y la consciencia en ella, podía llegar a sentirla, tanto, que hasta podía llegar a dársele a la música colores y formas. El resultado de tal muestra son, por ejemplo, sus obras conocidas como “Impresiones”, grandes pinturas que parecieran tener vida por sí mismas y que pueden llegar a hablarnos al oído sin siquiera emitir sonido alguno, únicamente explosiones de color, sombra, múltiples composiciones. Su arte, muchas veces, es mera improvisación, tal cual lo siente, lo expresa; tal cual percibe, lo plasma; crea, no a partir de la nada, sino del todo que conforma el universo, muchas veces no visible en lo cotidiano y lógico, sino allá en donde se necesita tener las puertas de la percepción más que abiertas para dejar entrar la magia oculta que siempre se encuentra a nuestro alrededor.

Se dice que Kandinsky era sinestésico por tener esa mezcla de sus sentidos, yo digo que era más que eso, pues no sólo veía colores en la música, o hacía percibir notas en sus formas geométricas, sino que fue más allá, explorando nuevas técnicas de crear arte, de unir técnicas, de romper reglas, innovando en la forma de dar vida a los sentimientos, a las emociones y a las palabras ocultas. Vasili vivió en Múnich, Moscú, en Weimar, Dessau y en París; estudió para ser abogado e intentó dedicar también su vida a ser economista y etnógrafo; fue sumo amante de la ciencia y la biología (hecho que se ve demostrado en sus pinturas que conforman la última sección de la exposición, llamada “Microcosmos”); fue maestro de la célebre Bauhaus alemana, fundada con el objetivo de crear una reforma en la educación y creación artística; convivió con varios de los grandes artistas del siglo XX y tuvo influencias de grandes pintores como Monet, Matisse y Fauves; vivió el comunismo, y también el nazismo; escribió los libros de cabecera para los estudios de pintura “De lo espiritual en el arte” (1910) y “Punto y línea sobre el plano” (1926); y todo esto lo llevó a verse inmiscuido en diferentes ambientes culturales, diversos estilos y corrientes, empaparse de numerosas ideologías tanto sociales como políticas, para así crear un estilo único que habría de pasar a la historia y que hoy en día sigue siendo base para numerosos artistas contemporáneos.