Por José Luis Ayala Ramírez

No era el más grande, tampoco el más talentoso, se repitió constantemente con los años y fue perdiendo la chispa. Sin embargo todo lo que hacia era con todo el corazón del mundo, que hacia que su humor y su mensaje siempre llegara con fuerza al espectador.

Será muy difícil olvidarlo, borrar de nuestra mente a ese Chavo al que se le chispoteaban las cosas, a ese Doctor Chapatin que le da cosa, a ese Chapulin Colorado que no podía decir un solo refrán correctamente, a ese Chompiras que buscaba tomar todo por el lado amable, a ese Chaparrón Bonaparte y sus chiripiorcas o a ese Chanfle y sus goles en el Azteca. Es imposible olvidarlo, porque el ha pesar de haberse ido se quedara para siempre con nosotros en nuestros corazones.

Era el sinónimo del humor blanco en su máxima expresión, un humor inocente, bello y sincero, plagado de personajes cliche, en un momento objetivo hasta insoportables pero que con su magia hacia que nos encariñáramos con ellos. Las situaciones aunque absurdas estaban llenos de ese «algo» especial que a los cómicos actuales les falta, eso que hace que los años pasen y siga tan vigente como en sus primeros programas, y que incluso aunque se haya visto el chiste anteriormente el efecto de risa sigue siendo el mismo.

La vecindad, las tortas de jamón, el chipote chillon, las pastillas de chiquitolina, las garroteras, todo es parte de un universo familiar, tierno y entrañable que perdurara hasta el fin de los tiempos indudablemente.

No, no era un genio, era algo más, era un amigo que dejábamos entrar todas las noches a través del televisor para alegrarnos el día y la vida, era parte de nuestra familia, aquel que nos hacia sonreír con la mayor facilidad posible que cualquiera.

Su escudo era un corazón.

Gracias por todo amigo Chespirito.