Reseña del libro “La tierra baldía” de T. S. Eliot

 

Por Víctor Daniel López  < VDL >

Twitter @vicdanlop

 

 

La devastación de la Primera Guerra Mundial. Una nueva era moderna. Los estragos de la Revolución Industrial. Y la aparición de la fotografía, el cine, nuevos géneros musicales. Acababa de ser el famoso fin de siècle (XIX), y la sociedad estaba sumergida ante una desolación y desespero por reencontrar el rumbo perdido. La sociedad moderna estaba rodeada de podredumbre, y la muerte acechaba en cualquier país, en especial de Europa. Y tiempos más difíciles habrían de venir, porque “nadie, ni en la más recurrente de sus pesadillas, adivinaría con qué puntualidad perfecta y oscura se repite la historia”, indica Hernán Bravo Varela en el prólogo deLa tierra baldía” de T. S. Eliot en el ejemplar conmemorativo de cien años, publicado por Fondo de Cultura Económica.

Esta es la obra maestra del poeta inglés, quizá compitiendo con “Four Quartets”. Lo que sí, algo seguro, es el principal símbolo de la “poesía modernista”. Dividido en cinco cantos, Eliot nos presenta el poema que habría de inmortalizarlo, y en el que tuvo gran injerencia su maestro, il miglior fabbro, Ezra Pound, quien le dio lectura, revisión y acortó el poema a los 434 versos que conforman “The waste land”. Publicado en 1922, y que habría de pasar a convertirse en un ideal e influencia en autores que seguirían su corriente, como mi favorita Virginia Woolf, es un poema que requiere de una compleja lectura debido a su estructura: imágenes desbordantes que nos arroja, personales, de una sociedad quebrada y múltiples referencias artísticas que se tienen que deshojar como cuando se lee un cuento de Borges.

Abril es el mes más cruel”, nos dice Eliot en el verso quizá más famoso del poeta. Y lo que dice no es lo que quiere decir, y quizá lo que interpretamos es nuestra propia visión de la idea, el significado de un verso que puede ser referencia, una metáfora, o hasta una premisa. Y así, con cada verso, un collage de sentimientos, ideas y afirmaciones, que nos hacen reflexionar acerca de la pérdida de identidad del ser humano ante tanta catástrofe histórica, pero también interna. Más dentro, como la llama de fuego que vive dentro del corazón para ir creciendo más hasta causar un incendio.

La tierra baldía” es una tierra que viene arada de otras manos. Es tanta su influencia de la mitología griega y el misticismo hindú, así como las docenas de referencias que hace, como a Tristán e Isolda” de Wagner, “Las flores del mal” de Baudelaire, o incluso al mismísimo Dante. Eliot comienza una navegación por la metafísica, y que habría de culminar con sus Cuatro Cuartetos; una metafísica y un soliloquio interno en la reflexión del rumbo del hombre a la que Joyce, extraordinariamente a tiempo, en el mismo año 1922, está publicando su Ulysses. El arte está lleno de grandes coincidencias inexplicables, y esta es una de ellas. Pero al final, nada es por azar ni casualidad.

Eliot nos habla aquí de una Ciudad Irreal, de ruidos y de nervios. Nos grita que nos APUREMOS, que “YA ES HORA”. Nos saca recuerdos personales, a la vez que nos lanza un sermón del fuego. “Dulce Támesis, fluye suavemente hasta acabar mi canto”, nos recita al oído, y nos mecemos en su ternura. Nos habla sobre otros ríos y sobre todas las muertes. Si sólo hubiese agua (…) si sólo hubiese roca”, y la caída del puente de Londres representa una caída mucho más grande, quizá varias caídas. ¿Qué nos quiere decir Eliot en cada idea, cada verso, cada imagen? Quizá nada y todo a la vez. Al final, todo se resume a que año con año volvamos a preguntarnos: “¿florecerá esté año?