La muerte de Dios en Nietzsche

 

Por Carla de Pedro

 

 

Me encanta ese parágrafo de Nietzsche donde un loco con una linterna busca desesperadamente a Dios a plena luz del día.

Entonces, los hombres ilustrados se burlan de él y el loco sentencia que si Dios ha muerto es porque nosotros, los seres humanos, lo hemos matado.

Algunos lectores que se identifican con los hombres ilustrados se burlan también del loco, de cómo busca a un Dios inexistente, de cómo, además, lo busca con una linterna a plena luz del día.

Pero, ¿es del loco de quién Nietzsche se burla?, ¿No es acaso el loco el más cuerdo al sentirse desamparado en un mundo sin dioses?, ¿no es además el loco el único que de verdad está buscando una respuesta y no sólo asumiendo la respuesta dada por los hombres ilustrados?

Cabe resaltar que el loco se percata de las consecuencias de haber asesinado a Dios y se pregunta:

 

«¿Cómo fuimos capaces de bebernos el mar hasta la última gota? ¿Quién nos dio la esponja para borrar todo el horizonte? ¿Qué hicimos cuando desencadenamos esta tierra de su sol? ¿Hacia dónde se mueve ahora? ¿Hacia dónde nos movemos nosotros lejos de todos los soles? ¿No caemos continuamente y hacia atrás, hacia los lados, hacia delante, hacia todos los lados? ¿Hay aún una arriba y un abajo? ¿No vagamos como a través de una nada infinita? ¿No sentimos el alentar del espacio vacío? ¿No se ha vuelto todo más frío? ¿No llega continuamente la obscuridad y más oscuridad? ¿No tendrán que encenderse lámparas a mediodía?»

 

Estos hombres ilustrados han asesinado el sentido mismo de la existencia y ahora todo se tambalea, los seres humanos caminamos por un hilo sobre un vacío inminente.

Los ilustrados han venido a colocar a la razón en el centro, como si ésta pudiese sustituir a Dios, como si la razón fuese una estructura lo suficientemente fuerte como para soportar toda la existencia humana.

Si no hay Dios no hay bien ni mal, no hay arriba ni abajo, si no hay Dios, ¿hacia dónde vamos?, surge pues el conflicto de cómo se es un ser humano. Señala Nietzsche que decir un hombre tal como debe ser es tan absurdo como decir un árbol tal como debe ser porque ¿qué árbol va a servir de ejemplo de árbol ideal para indicar el deber ser del árbol?; del mismo modo, ¿qué hombre sirve de modelo para decidir cómo debe ser el ser humano?

Si no hay Dios y no hay alguien que pueda ver las cosas desde una perspectiva más alta, que pueda identificar el bien y el mal, que pueda determinar cuál es el fin del ser humano, entonces, si no hay Dios, si no hay medida, el hombre está abandonado en un mundo imposible de determinarse; en un mundo donde nadie puede decirte cómo ser un ser humano, qué hacer con la propia vida; en un mundo donde nadie hay que pueda darle sentido a la existencia.

Sartre expone que la silla ha sido creada por el hombre con un fin, que es el de sentarse sobre ella, mientras que el hombre, al no ser su propio creador desconoce su fin y, si no hay Dios que coloque tal fin, entonces dicho fin no existe, así el resultado de la muerte de Dios no es sino la ausencia de sentido en la vida humana.

¿Cómo no va a buscar el loco con desesperación a Dios, si la consecuencia de su muerte es terrible, cómo no va a gritar y a lamentarse,  como el Jesucristo de Jean Paul en el Monte de los olivos, por su orfandad, por su soledad, por el abandono de ser tan sólo un hombre arrojado al mundo, arrojado al tiempo, arrojado a la incertidumbre de la vida?

El ateísmo de Nietzsche es un ateísmo grave, doloroso, que surge del vacío de las entrañas, del pesar de la orfandad; no es el ateísmo de los hombres ilustrados que se burlan del loco, de los hombres engreídos que se creen  poseedores de la verdad absoluta. Su ateísmo es el del loco que busca a Dios con desesperación porque de eso depende su vida, de eso depende toda la existencia del ser humano.

Un ateo como Nietzsche nada tiene que ver con los ateos actuales, de moda, que se toman el ateísmo como un dogma de la «inteligencia», pero que son incapaces de  dudar ni de comprender las consecuencias de que no haya dioses.

Nietzsche se da cuenta de que la estructura de los nuevos dioses, los dioses de los ilustrados, es aún más frágil que la estructura anterior, porque ésta es claramente una creación humana.

El loco de Nietzsche busca porque quiere comprender, busca porque quiere dudar, busca porque quiere encontrar a Dios. El sentimiento que genera este parágrafo de Nietzsche es de un dolor tremendo.

Más adelante, el filósofo alemán habría de encontrar una solución para superar el nihilismo, y así como Sartre habla del existencialismo como la posibilidad del hombre de crear el propio sentido de su vida, así  Nietzsche hablará de la fuerza de la propia vida, de la voluntad de poder, que nada tiene que ver con el poder para someter a otros, sino con el poder para vivir la propia vida; hablará del súperhombre que nada tiene que ver con ser un hombre ario de sangre pura como un caballo, sino con tener la capacidad de elegirse a uno mismo.

En este punto cabe resaltar que la filosofía de Nietzsche fue mal interpretada por su hermana y por el nazismo y, aún hoy en día, sigue siendo Nietzsche leído desde esta perspectiva, y no como un huérfano de Dios que pudo superar su nihilismo, sólo poniéndose a la altura de las circunstancias, porque la muerte de Dios no es cualquier cosa, es un acontecimiento que, como el loco señala, requiere demasiada grandeza, requiere que nos convirtamos a nosotros mismos en dioses sólo para estar a su altura.

El ateísmo de Nietzsche surge de un sentir complejo que en nada se equipara al ateísmo de los hombres ilustrados que hoy en día abundan, que nada saben de Dios ni de su muerte, pero van por allí citando a Nietzsche sin saber todo el sentido de su frase: «Dios ha muerto», pero de la que siempre omiten el sustancial «nosotros lo hemos matado», que es el que marca el sentimiento de nostalgia y culpa por haber llevado a la humanidad a la ausencia del sentido.