Gran noche romántica con las Willis de “Giselle”, por el Ballet Nacional de Cuba   

 

Por Víctor Daniel López  < VDL >

Twitter @vicdanlop  

 

 

Cuenta la leyenda eslava que todas aquellas novias que mueren antes del día de su boda se transforman en espíritus deambulantes del bosque, que danzan por las noches atrayendo a todo hombre que encuentren a su paso y, haciéndolos bailar de la misma manera que ellas, sin descanso hasta que ya no puedan, de forma desenfrenada, los llevan a su muerte. Salen de sus tumbas porque su juventud reclama el deseo arrebatado de ser esposas y madres, el amor traicionado por la muerte temprana, ingrata. Se reúnen en grupos, se les ve como luces destellantes que van cobrando sus formas, vestidas de blanco, un blanco que resplandece en la oscuridad de la noche, a la luz de la luna y en medio del silencio y la oscuridad del bosque. Andan en búsqueda de sus presas. Los hombres son sus presas y los atraen como sirenas cual ninfas, para hacerlos bailar hasta robarles todo su aliento y energía, casi como vampiros que se alimentan de sangre. Y los hombres mueren porque la seducción es algo a lo que uno no puede resistirse, porque la belleza es imán para los sentidos. Es así como las Willis, las novias que no llegaron al altar, aquellos espíritus que vengan el deseo no consumido, celebran la noche hasta que amanece, es sólo entonces cuando vuelven a las tumbas que les corresponden, para que aquellos que aún siguen vivos, danzando en la tristeza y melancolía, en el baile lento que resulta la vida, les puedan llorar, recordarlas, apiadarse de ellas y sufrirles como se debe.

El pasado 27 de septiembre, la Ballet Nacional de Cuba regresó a México después de 15 años, con esta grandiosa obra presentada en el Auditorio Nacional. La coreografía respetada sigue siendo la de Alicia Alonso, quien aún dirige a la compañía, y se cuenta con Anette Delgado, Dani Hernández, Rafael Quenedit y Viengsay Valdés como primeros bailarines. La Orquesta Sinfónica de la BUAP fue la que dio vida a la música compuesta por Adolphe Adam (1803-1856), a cargo del maestro Alberto Moreno Martínez.

Fue una noche mágica y espectacular y, pese a algunas fallas en el sonido, la danza fue la protagonista de la noche. Viengsay Valdés estuvo simplemente maravillosa.

El ballet Giselle recrea esta leyenda extendida por toda Europa central, principalmente en los relatos recreados por Heinrich Heine, mismos que inspiraron al poeta francés Théophile Gautier.

El baile es característico de los espíritus aéreos. Su naturaleza es demasiado etérea para que caminen prosaicamente sobre esta tierra, con pasos ordinarios como nosotros. Sin embargo, y a pesar de su delicadeza, sus piececitos dejan algunas huellas sobre la hierba, donde han celebrado sus danzas nocturnas. Son unos círculos a los que el pueblo llama anillos de los silfos”, escribió Heine.

 A este ballet, estrenado por primera vez en 1841 en la Ópera de París, también se le conoce con el título de Las Willis. Giselle es una joven campesina que cae ante los encantos de Albrecht, el Duque de Silesia que se hace pasar por un campesino para poder llegar hasta ella. Están enamorados, pero el guardabosque Hilarión también lo está de Giselle.

Albrecht está comprometido con Bathilde, hija del Príncipe de Courtland, pero ella, al ver la belleza joven y pura de Giselle, queda impresionada, admitiendo el lugar que le corresponde. Hilarión, para vengarse de no tener su amor correspondido, justo en la vendimia donde se ha coronado a Giselle como la reina, desenmascara a Albrecht como el duque y no el campesino que finge ser. Giselle entonces se ve envuelta en la locura, y muere. Es entonces que su espíritu va a dar al bosque, junto con las Willis.

El segundo acto es la belleza apoteótica del ballet. En un ambiente sepulcral y meramente romántica (la obra es una pieza clave en el arte de la danza del Romanticismo), cobra vida el ritual de las Willis, que despiertan de sus tumbas, se convierten en luces como luciérnagas y, finalmente, emergen sus cuerpos con la belleza que tenían antes de morir; vestidas de blanco, muertas, pero trayendo la vida con el baile a mitad de la madrugada, cuando las tumbas se vuelven más tristes, un poco más viejas y en donde los hombres deambulan perdidos y solos. Así ocurre con Albrecht y con Hilarión, que no pueden olvidar a Giselle, que la quieren traer de vuelta y creer que el amor es algo que no puede irse así como así, tan rápido como la muerte.

Ambos hombres son atraídos por los espíritus y el ballet se vuelve una danza hermosa que hace honor a la vida, a la muerte y al amor. Hilarión es seducido y finalmente llevado por aquellas mujeres de blanco, mientras que Albrecht se encuentra con Giselle, y entonces emerge la locura. La danza no se detiene, bailan y bailan hasta que Albrecht está casi por desfallecer. Giselle está por cumplir con su deber de arrastrarlo a la muerte, pero se arrepiente. Lo deja libre, le hace regresar a la vida que a él aún le pertenece. Está por amanecer, se despiden y ella regresa a su tumba. Albrecht cae sobre ella, llorándole al sepulcro. Llorando, ese acto humano, que de todos, es quizá el que más hace sentir vivo a uno.