“Ya no estoy aquí” y el fracaso del Estado moderno

 

Por Carla de Pedro

 

 

Para Lyotard, la posmodernidad se determina a partir de la caída de los grandes relatos modernos de legitimación de la realidad.

 

“A diferencia de los mitos, estos relatos no encuentran la legitimidad en actos originarios “fundantes”, sino en un futuro que se ha de promover, es decir, en una Idea a realizar. Esta Idea (de libertad, de “luz”, de socialismo, de enriquecimiento general) posee un valor legitimatorio porque es universal. Da a la modernidad su modo característico: el proyecto, es decir, la voluntad orientada hacia un fin”. (Lyotard, La posmodernidad (explicada a los niños))

Junto a relatos como el del Cristianismo, la Ilustración, el Marxismo, el Progreso de la Ciencia y la Tecnología, entre otros más, nos encontramos con el gran relato del Estado.

La forma en la que se organiza el Estado moderno, como expone Alain Touraine   (¿Podremos vivir juntos?) es mediante la institucionalización, la cual a su vez permite la socialización. Cada una de las instituciones que conforman el Estado tiene una tarea que permite el funcionamiento de la sociedad. Entre estas instituciones encontramos al Sistema de Salud y al de Seguridad, al Derecho, a la Escuela, a la Familia, entre otras.

No obstante, como señala Touraine, hoy en día el Estado se ha desinstitucionalizado. Las instituciones han dejado de cumplir su tarea a causa de una incompatibilidad entre la sociedad, la individualidad y un capitalismo avasallador.

Ante un panorama como este podemos señalar que la idea del Estado ha fracasado. El Estado se presenta como una simulación, utilizando las palabras de Jean Baudrillard (Cultura y simulacro), pues simula tener instituciones que simulan funcionar. Tenemos un Estado que, como sucede con las imágenes religiosas, ha ido perdiendo referencia convirtiéndose cada vez más en un vacío.

 

 

En su artículo Bandas, José Agustín analiza a estos grupos que se originan en la década de los 80 en México. Según él, las características de las bandas son las siguientes:

 

–        Son jóvenes en condiciones de extrema marginación.

–        Tienen muchas carencias.

–        Viven en un contexto de inestabilidad familiar.

–        Hay una gran estrechez de oportunidades.

–        Viven en la explotación, el desprecio y la represión.

–        Son nihilistas (no creen en la familia, la escuela, el trabajo, la religión, el gobierno, los medios).

–        Son violentos y poseen territorios.

–        Se identifican por sus gustos musicales.

–        Provienen de familias miserables.

–        Sienten resentimiento hacia los ricos.

–        Reciben apodos.

–        La policía los combate.

 

Aunque José Agustín habla de las bandas de jóvenes que se conforman en los años 80, estas características pueden fácilmente aplicarse a las bandas que todavía existen en las periferias de las ciudades mexicanas.

Nos encontramos con los supuestos de un Estado de Derecho, de un Sistema de Salud y de Seguridad Social, pero en la realidad vivimos en un sistema que no garantiza ningún derecho, que intrínsecamente genera violencia, que excluye a millones de individuos y cuyas instituciones colocan al Mercado siempre por encima del ciudadano, por eso no es de asombrarse que los jóvenes excluidos busquen un camino en las bandas de las que nos habla José Agustín, como ocurre en la película Ya no estoy aquí de Fernando Frías de la Parra.

 

 

*Alerta de spoilers*

 

En la película se nos narra la historia de Ulises, miembro de la banda los Terkos, la cual cuenta con casi todas las características de las bandas enumeradas por José Agustín: son jóvenes que viven en extrema marginación y no tienen oportunidades para salir de sus circunstancias, de hecho viven en una zona completamente marginada cuyas calles laberínticas y viviendas de baja calidad recuerdan las favelas brasileñas; provienen de familias miserables y fragmentadas, en el caso de Ulises, su mamá está muy preocupada por sus hijos pequeños y no le presta atención, además de que lo desconoce como hijo cuando este tiene el problema que lo lleva a emigrar; no creen en nada más que en su banda y su música; se identifican por un tipo de música a la que llaman kolombia, la cual se conforma por cumbias y ballenatos con algunos cambios rítmicos; suelen nombrarse con apodos como “la negra”, “la chaparra” o “el sudadera”. Otra característica interesante de esta banda es la creación de un lenguaje propio, la palabra kolombia es un ejemplo de ello, otro ejemplo es la palabra hoodie que utilizan para nombrar a las sudaderas.

La única característica que parecen no compartir con las bandas descritas por José Agustín es el hecho de que no son realmente violentos, no obstante, sí ejercen cierta violencia hacia niños de la escuela a los que roban dinero para poder comprar un aparato de sonido, además están inmersos en un espacio de violencia continua, espacio dominado por bandas más poderosas que la suya. Los Terkos son protegidos por una banda que lidera el territorio y es por pleitos territoriales que Ulises se ve envuelto en un conflicto que lo hace huir del país.

Nestor García Canclini (Cultura transnacional y culturas populares en México) señala que en Latinoamérica la cultura regional convive con el capitalismo y con la modernidad, creando un sincretismo que permite el surgimiento de manifestaciones a la vez identitarias de las culturas latinoamericanas, que capitalistas. Es posible afirmar que la música Kolombia con la que se identifican los miembros de los Terkos es este tipo de manifestación, pues mientras contiene características claramente identitarias de la cultura latinoamericana, es a su vez un producto del capitalismo.

 

 

El Estado como un relato fracasado se observa en la película en distintos elementos. Una escena irónica es cuando en la radio el presidente habla de cómo a su gobierno le interesa mucho combatir la violencia y la inseguridad, pero en contraste vemos el grado de violencia al que se enfrentan los protagonistas. Otro elemento claro es cuando un niño al que apodan “el sudadera” se une a la pandilla y al preguntarle por qué no va a la escuela, él responde que lo expulsaron, eso prueba que no hay un espacio en el sistema para él. Otro elemento claro del fracaso del Estado es el problema que enfrenta Ulises con una banda peligrosa que lo culpa del asesinato de sus miembros, pues en vez de poder recurrir a la ley para protegerse puesto que es inocente del crimen del que se le acusa, como debería ocurrir en un Estado de Derecho, tiene que huir pues en realidad se enfrenta a la ley del más fuerte.

La migración es el resultado de un mundo posmoderno globalizado y capitalista que divide al mundo en sur y norte,  que exilia a los individuos de sus hogares y los aleja de la gente que aman. En este caso el hogar de Ulises es su banda. Como al paraíso perdido habrá de añorar Ulises las tardes de baile con sus amigos, ese espacio al que pertenece, él, que no tiene nada. 

En Estados Unidos, Ulises no es nadie, es un inmigrante sin raíces, está aislado por el idioma; su individualidad extrema, su aislamiento en sí mismo, le impiden tender puentes, le impiden comunicarse y crear relaciones aunque otros intenten acercarse a él, como Lin, una muchacha asiático-americana que lo ayuda e intenta comunicarse con él sin ningún éxito. Finalmente, su identidad es coartada por completo cuando debe cortarse el cabello y cambiar su vestimenta. Sin su banda, Ulises se percata de lo que realmente es: un individuo fragmentado.

Cuando regresa a Monterrey, Ulises se encuentra con que su banda se ha desintegrado y se da cuenta de que la pertenencia que sentía era solo una ilusión. Ulises, como sujeto terko que es, no renuncia a su identidad y a su idea de pertenencia y se va bailando solo al ritmo de kolombia.

La soledad  y el deseo de identidad y pertenencia de este individuo sin familia e incapaz de adaptarse a la sociedad, es la de todos los marginados que no encuentran un verdadero camino en un mundo fragmentado por el capitalismo.