Drive my car o de la enfermedad de ser un ser humano

 

Por Carla de Pedro

 

«Es como una enfermedad, señor Kafuku. No vale la pena pensar en ello. El que mi padre nos abandonase, que mi madre me hiciera daño… Todo es a raíz de la enfermedad. De nada sirve darle vueltas. No queda más remedio que apañárselas, tragar e ir tirando».

 

Haruki Murakami, Drive my car

 

 

Trás leer Drive my car de Murakami, me preparé para ver la adaptación homónima al cine de Ryūsuke Hamaguchi. No sabía cómo habría llevado el cuento a la gran pantalla y debo señalar algo: no lo hizo. Lo que quiero decir es que el cuento es solo el punto de partida para una película que se desarrolla por cuenta propia. Las reflexiones e inquietudes que vemos en la película aparecen ya en el cuento, pero Hamaguchi no solo las retoma sino que las extiende, las reinterpreta, las dota de otros sentidos, las complementa. Me parece que fue un gran acierto hacer una película como esta que enriquece enormemente al cuento.

Hay varias diferencias entre el cuento y la película, una muy clara es que el cuento se desarrolla en distintas temporalidades, se compone por flashbacks que se unen solamente por las conversaciones en el auto entre Kafuku y Misaki (Misiku en la película) mientras que el film se desarrolla en un presente cronológico. Esto es quizás lo único que realmente se echa de menos del cuento.

Pero, aunque en la película la historia pierde la fragmentación del tiempo, refleja esta framentación en otros elementos, sobretodo en cuanto se refiere al tema de la comunicación entre los seres humanos.

La torre de Babel es el símbolo no solo de la diferencia lingüística y cultural sino sobretodo de la imposibilidad que existe para que las personas se comuniquen verdaderamente las unas con los otras.

Poder de verdad expresar de algún modo una parte de nosotros a otro ser humano; alcanzar a ver realmente a una persona que se esconde detrás de su cuerpo, como una sombra; poder de verdad ser comprendidos y comprender a la gente que amamos; ese es el anhelo y es algo que se nos escapa todo el tiempo.

 

 

 

En la película, este problema se presenta de forma literal en la representación de la obra del tío Vania, la cual se compone por una serie de actores incapaces de comunicarse entre sí, pues unos hablan japonés, otros coreano, otros mandarín e incluso hay una mujer sordomuda. No obstante, como podemos observar, pese a la imposibilidad, los personajes logran comunicarse, porque la comunicación humana va más allá de las palabras.

Un ejemplo de comunicación es la relación entre Kafuku y su esposa Oto. Ellos comparten un dolor (el de la muerte de su hija) pero su unión les permite enfrentarlo. La comunicación que generan mediante la intimidad física; las historias que desarrollan juntos, ella contándolas y él recordándolas; así como en su relación cotidiana y en el mutuo apoyo que se brindan en sus respectivas actividades; muestran el anhelo cumplido, la comunicación lograda. Los seres humanos son individuos fragmentados por su dolor, son individuos enfermos, pero el amor une, genera solidez, dota de sentido el mundo, el amor cura.

Pero aquí entramos en un problema: Oto engaña a Kafuku con otros hombres, lo engaña todo el tiempo y él lo sabe. Kafuku no habla de eso para no romper el equilibrio, para no perderla, pero el amor se tambalea ante este hecho, la ilusión de que el ser humano puede comunicarse, la ilusión de la unidad, del sentido, se tambalea. ¿Qué es lo que necesita Oto que la lleva a buscar en otros hombres?, se pregunta el protagonista.

Trás la muerte de Oto, Kafuku permanece en el dolor de perder a la persona que amaba; permanece a su vez con la culpa por no haber estado con ella, por ser de cierta forma responsable de su muerte; pero, sobretodo, permanece en la duda por no comprender la razón por la que su esposa lo engañaba; en la ambigüedad por no saber si hubo amor, por no saber si aquello que lo sostenía era real. Cuando descubre que entre ella y su amante había también un grado de comunicación, un grado de intimidad similar a la que había entre ellos, Kafuku cuestiona aún más su relación con su esposa.

Pero su amor era real, él sabe que, pese a todo, su relación con su esposa era auténtica y quizás el punto de la historia es aceptar la complejidad de las relaciones humanas. Porque su esposa lo amaba, porque lo engañaba, porque incluso quizás amaba a otros, porque con ella logró de verdad comunicarse, de verdad complementarse, porque todas estas contradicciones yacen en las relaciones humanas. Porque él la amaba y también la odiaba.

Del mismo modo, la chófer Misiku, personaje que se desarrolla mejor en la película que en el cuento, nos habla de su madre y sabemos que allí aparece de nuevo la imposibilidad de las relaciones humanas y, no obstante, aparece también el amor y el odio, aparece la comunicación por instantes y aparece el gran abismo de estar sola.

 

 

Hace muchos siglos ya, Catulo hablaba de la complejidad de las relaciones:

 

«Te odio y te amo.

Me preguntas porqué

no lo sé,

pero lo siento y me atormenta.»

 

Y es que las relaciones humanas atormentan. Su complejidad es enorme y querer que todo sea claro quizás sea el problema, querer asumir que amar significa no engañar, querer asumir que los actos que hacemos deben ser coherentes todo el tiempo con respecto a quienes somos y lo que sentimos.

El dolor es un punto central de la historia, pues este surge porque no podemos comprender el mundo, los actos de los otros; y no poder comprender, duele. Este dolor es la verdadera enfermedad humana. Duele querer que todo tenga sentido, pero que el ser humano sea demasiado complicado para tenerlo y que el mundo sea demasiado complejo para ser ordenado y claro. Hay bombas atómicas, hay derrumbes, hay personas que parece que nos aman y parece que no nos aman, hay fragmentación e imposibilidad de comunicarnos, pero también hay comunicación y unión por momentos y hay amor.

Al final, en la historia se opta por asumir la enfermedad, por asumir el dolor y la ambigüedad de la vida y de las relaciones humanas, por aceptar que la vida es compleja pero que por momentos encontramos a alguien con quién logramos comunicarnos.

Precisamente es la comunicación que surge entre Kafuku y Misiku lo que les permitirá aceptar su dolor, aceptar que las relaciones humanas son incomprensibles y que aún así vale la pena vivir y lo vale precisamente por aquellos que nos marcaron, aquellos que nos hicieron ser nosotros.