Reseña del libro “La música del fuego” de Fernando Rivera Calderón

 

Por Víctor Daniel López  < VDL >

Twitter @vicdanlop

 

FCE - Detalle

 

Fernando Rivera Calderón no deja de sorprendernos. Incursiona también en la poesía. Y lo hace, con esta obra, de una forma totalmente maravillosa. “La música del fuego” es el verso que da título a esta antología conformada por poemas narrativos y textos breves que, tanto llenos de humor como también de emociones, y con sus múltiples referencias a otros textos, otros poemas, canciones y artistas, nos hacen deleitarnos de una de las plumas poéticas con mejor técnica en estos días.

Su poesía transmite. Hace pensar. Es fácil de leerse, pero jamás pierde su elegancia, su humor, una estética sutil que le da estructura y cuerpo a cada poema corto o largo, que nos presenta alrededor de seis secciones: “Llegamos tarde a todo”, “Electrodomésticos”, “Cinturón de asteroides”, “Juan Gabriel”, “La música del fuego” y “Epitafios”. Nos regala bellas imágenes, así como ideas y conceptos que se burlan y nos hacen burlarnos de una sociedad acongojada por lo cotidiano, lo trivial, la suciedad sobre la superficie, pero también la sangre que se esconde bajo la piel. La música cuando hay silencio, la música cuando suenan todas las notas. La música del fuego.

Su inspiración de poetas como Jaime Sabines puede palparse tiernamente en muchas letras, palabras e incluso versos completos. Muchas referencias que hace a sus poemas; referencias también a otros poetas como Efraín Huerta, Arreola, Machado e incluso Borges y Cortázar. La poesía termina siendo un juego para él. Bota las palabras, las atrapa y acomoda. Les da la vuelta y una idea retrocede o termina siendo otra. También es un fuego. Su amor por la música mexicana se desborda por las hojas. La ciencia y el arte. La tecnología que nos vuelve analfabetos, todas sus obsesiones, sus miedos, la nostalgia y el silencio. Los que siempre llegan tarde a todo, los que sobran, y los que andamos por los días sin orillas.

“La música del fuego”, publicado por Fondo de Cultura Económica, termina siendo toda una gozada para uno. Nos adentramos más en la mente de Fernando y llegamos a conocerlo un poco mejor. Escuchar sus pensamientos, lo que se cuenta para reír y sobrevivir, lo que plasma de su recuerdo. Es su memoria, pero aún más, es su personalidad. El que inventa algo de lo ya inventado, el que desarma para reconstruir: imágenes, canciones, el lenguaje. Leer su antología es reírse de uno mismo y llorar también por la soledad y los vacíos como agujeros negros. Es como tomarse un buen vino, añejo. O como echarse un buen polvo.

 

LOS QUE SOBRAN

los que no hacen falta,
los que estorban.
Somos los don Nadie,
los imprescindibles,
los innecesarios,
Los que estaría mejor
que no estuvieran.
Somos los otros,
los que no somos como ellos,
los que no salen en la tele,
ni en las secciones de sociales,
ni en los estudios de mercado.
Somos los que zozobran:
los expulsados del paraíso,
los extras del mundo,
el medicamento caduco,
el pan enmohecido,
la cerveza caliente,
el miembro flácido
como el cadáver de un diplodocus.
Somos los que nadie sabe,
somos lo que ya no importa;
esos a los que no se les ha escrito
una canción ni un poema.
Los que sobran,
los desechables,
los reciclables,
los de látex.
Aquellos
por los que nadie pregunta,
los que no tienen futuro
ni un lugar reservado
en la historia,
los que se vuelven número
en las encuestas,
los que se vuelven parte del paisaje,
y como el paisaje,
no merecen ser salvados.
Somos las ruinas
sobre las que se construyen
estacionamientos y rascacielos,
cajeros y centros comerciales.
Somos los que sobran.
Lo que sobra.
Eso
que si no está
no se nota.
Eso
que aunque esté
es invisible.
Eso.
Y, sin embargo,
es mejor ser Eso
y estar ahí,
estorbando
entre ellos,
a ser
de los muchos
que faltan.
Hoy
que tristemente
los que faltan,
sobran.

Fernando Rivera Calderón