Reseña del libro “Joana” de Joan Margarit

 

Por Víctor Daniel López  < VDL >

Twitter @vicdanlop

 

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Joan Margarit es quizá uno de los poetas más leídos en lengua española. Ganador del premio Cervantes en 2019, pero que no pudo recoger a causa de la pandemia; y dos años después nos dejó al perder su batalla contra el cáncer. Joan Margarito nunca creyó en la vida después de la muerte. Era escéptico a tantas cosas más. Pero de las pocas cosas en que creía, una de ellas, era la poesía: la capacidad para dejar toda la vida con sus sentimientos, ideas, pasiones, miedos, impresiones y emociones. Los poemas como legado, tal vez no al mundo, pero sí al recuerdo. Que sirva como memoria, porque mientras haya sólo una persona que los lea, siguen vivas las palabras y, por tanto, el aliento de donde salieron.

Así, en esta antología poética que se publicó en 2002, y que ahora es reeditada por Fondo de Cultura Económica, no es otra cosa más que un homenaje a la hija que perdió hace dos décadas a causa del síndrome de Rubinstein-Taybe. Joana. La nombrada igual que a su padre. La tranquila, la serena. La que luchó hasta el final por mantenerse despierta, atenta al mundo, sensible de vida. Este es el testimonio de los últimos ocho meses de vida de su hija, la que tanto amó y cuidó, porque sabía que el amor era lo único que podía contribuir verdaderamente a su bienestar. Joana. La que nunca dejó de ser una niña y pintaba como pintan los que están libres de jaulas. La portada de esta edición es preciso uno de sus dibujos. Pájaros azules y verdes volando. Libres de enfermedad, inmunes al deterioro del tiempo. ¿Quiénes no hemos tenido alguna vez un pájaro azul encerrado? Joana lo liberaba siempre, soñaba, en las nubes flotaba.

No es el único libro que le dedicó Margarit a su hija, ya antes había dedicado cantidad de textos, profesando su amor y la idolatría por ese ser que era toda su luz y océano y mediterráneo. Pero sí es la dedicación más directa. Su poesía, como siempre, es libre de pretensiones. Plasma tal cual lo que siente. El miedo y la angustia. El dolor y el duelo. Los días que pasaba en el hospital al lado de la hija que se le estaba yendo. Se la estaban arrebatando. Y Margarit da rienda suelta a su pluma para decirle que no se vaya, que no lo deje sumergido en el desamparo y la soledad de un mundo en donde no podrá vivir sin ella. Las ventanas del cuarto de hospital que dan a la noche. La lluvia que cae como letargo. El silencio que se hace de pronto, cuando muere, y se extiende por días y meses. Sólo silencio. Porque no hay nada más qué decir. Intenta sacar, inventar palabras, pero no hay palabras que alcancen para llorar y romperse. No hay milagros. No hay cura. No hay vuelta atrás. Sólo la tramontana que barre el mar. Barrerá el tiempo, y sobre la arena, dejará los recuerdos. Como la poesía, que siempre quedará para declamarse, a grito tendido, hasta que llegue al fondo el mar, en donde yacen los restos de una barca por la que navegamos mientras hubo sol.

“Joana” es una compilación de poemas poderosamente sensibles. Nos rompen. Lloramos junto a su padre. La conocemos mejor. Deseamos que nuestros hijos jamás, pero nunca, se vayan antes que nosotros. Queremos un cuento, permanecer más en el espacio y el tiempo. Nadar un rato más en el Océano Atlántico. Sentir, tener tiempo para amar más. Capturar todas las fotografías que más podamos para colgar a la pared. Desearíamos el amor fuera catedral de Gaudí, que casi casi, mientras se viva, pueda ser interminable.

 

 

NO HAY MILAGROS

Llovía con desidia.
Diecinueve de octubre, las nueve de la noche.
Joana iba asustada hacia el quirófano
en nuestra compañía.
Cuanto entró nos quedamos a esperar
en la salita mal iluminada junto a los ascensores.
Cuentan que en un intento
de salvarse le dijo te quiero al cirujano.
Creíamos que un hada podría devolvernos
a Joana, tranquila, la de siempre,
con sus confiados ojos centelleantes.
A las once, mirábamos
las gotas de la lluvia en el cristal
como si resbalaran por la noche.
La noche era una hoja de guadaña.

Joan Margarit