Por: Carla de Pedro

Todos los seres vivos mueren, pero solo al ser humano le angustia tanto su muerte que ha creado religiones, tratados filosóficos, teorías científicas y un montón de explicaciones sobre lo que ocurre después de la muerte, no obstante, lo absurdo que pueda ser pues, por más elucidaciones, no hay verdadera forma de saber qué es lo que ocurre cuando ya no estamos en este plano de la existencia.

Dicen los científicos que la materia no se crea ni se destruye, solo se transforma; sin embargo, el problema es que la realidad no solo es materia y el tema que aquí nos atañe es precisamente uno que se aleja del materialismo.

Sabemos que al morir nuestro cuerpo permanece allí pero vacío de algo, algo que de hecho es la esencia de lo que somos porque nuestra materia, nuestro cuerpo, sin ese algo ya no es nada, se pudre y se lo comen los gusanos. Y eso en verdad a nadie le importapues todos saben que ese cuerpo está vacío, la pregunta es, ¿vacío de qué? Vacío de vida, vacío de alma, vacío de aquello que somos más allá de la materia y que es lo que nos preocupa al hablar de la muerte.

Nos inquieta, digámoslo, qué ocurre con nuestra alma, con nuestro espíritu, con esa parte inmaterial, con el lado infinito de nuestro yo, diría Kierkegaard, porque asumimos que es allí donde permanecemos, puesto que no es en nuestro cuerpo. Nos angustia que nuestro espíritu se desvanezca en la nada. Nos preocupa no existir más.

En su libro Del sentimiento trágico de la vida, Miguel de Unamuno señala que lo que más le angustia de la muerte es dejar de ser él mismo, y es que estamos tan apegados a nuestro yo que la idea de perderlo nos aterra. No podemos ni siquiera imaginar a nuestro espíritu sin la forma de nuestro cuerpo. Desesperamos porque no queremos perdernos a nosotros mismos como somos en esta realidad de materia.

Habría que resaltar que quizás todas nuestras teorías e interpretaciones religiosas sobre la muerte dicen más sobre nosotros mismos que sobre la muerte en sí.Sobre nuestras angustias, sobre la conformación de nuestra identidad, sobre nuestro miedo a que la gente que amamos sencillamente desaparezca para siempre, de que nosotros mismos nos esfumemos en la nada y no podamos volver a amar a reír a soñar, incluso a comer, como podemos ver en las ofrendas de días de muertos, porque inclusive la comida es algo tan valioso para nosotros que nos negamos a dejarlo atrás, a perderlo para siempre. Así de mucho amamos este mundo y así de mucho tememos perderlo.El ser humano es un ser que hace tumbas, expone Joseph Campbell, y es que jamás aceptaremos que la muerte pueda ser el final de todo y por eso oraremos por nuestros muertos y por nosotros mismos y tendremos esperanza porque, después de todo, respuesta no tenemos y eso nos deja la puerta abierta.