Por José Luis Ayala Ramírez

Twitter @ayala1788

 

La opera prima de Lila Avilés, “La camarista”, ha tenido un recorrido muy satisfactorio por festivales de prestigio como los de Londres, San Sebastián o el AFI Fest, finiquitando con el premio a mejor película con el que se le ha reconocido en el Festival Internacional de Cine de Morelia.

La directora y también guionista acierta en la forma en que retrata el universo en el que se desenvuelven las camaristas, capta perfectamente ese sentimiento de soledad y discriminación del que a veces son víctima, pero también refleja la vida rutinaria que llevan, por lo que la mayoría de las escenas pueden tender a la repetición haciendo que uno de los mayores defectos del filme sea precisamente ese, que es rutinario como lo que retrata.

Hay tramos de “La camarista” que se siente bastante alargada, lo que pudo ser un cortometraje bastante efectivo termina por ser un largometraje muy extendido donde todo se queda en el dibujo, pero donde la historia no da más de sí, demasiado reiterativo y cuando se busca desmarcar de lo obvio con alguna secuencia “diferente” esta se siente demasiado forzada, no terminando de cuajar con la personalidad de su protagonista. A nivel dirección se siente muy amateur todavía, con muy poca personalidad siendo la escena mejor ejecutada aquella en la azotea donde el sonido desaparece a la par que el personaje se va haciendo pequeño en medio de la gran ciudad en que se desenvuelve.

Gabriela Cartol refleja muy bien las ideas de su directora con su sola mirada, pero también había pasajes donde su personaje necesitaba más fuerza sobre todo hacia el final y simplemente no logra llegar al rango deseado, además siempre que aparece en pantalla Teresa Sánchez como  “Minitoy” esta se ve relegada.

A pesar de sus aciertos “La camarista” luce desangelada, poco relevante y demasiado olvidable, un filme cuya mayor virtud es también su mayor defecto que lastra con todo lo demás, la repetición y la obviedad.