Por José Luis Ayala Ramírez

Twitter: @ayala1788

 

El primogénito de David Bowie logro desmarcarse inmediatamente de la fama de su padre a su llegada al mundo del cine, su ópera prima Moon resulto ser un ejercicio muy eficaz de ciencia ficción, mientras que su siguiente película Source code confirmo que se trataba de un director sumamente interesante al que había que seguirle la huella, es por eso que cuando se confirmo que Duncan Jones sería el encargado de llevar a la pantalla el famoso videojuego épico de Warcraft las expectativas no se hicieron esperar.

Warcraft: El primer encuentro de dos mundos viene a pertenecer al género de fantasía medieval, mismo al que pertenece El señor de los anillos por lo que la comparación es normal, resaltando por lo mismo los defectos del dibujo del universo de Warcraft, que lamentablemente son muchos, al menos lo que se aprecia en esta adaptación.

Duncan Jones comete un error garrafal que se va haciendo más común con los años, su narrativa omite la presentación del universo, de los personajes, hace una película para fans, si uno no esta familiarizado con el mundo desde antes del visionado va a ser muy difícil que se sienta empatía con la historia, la narración es sumamente tropezada y el guion hace agua por todos lados, a pesar de que hay algunos momentos emocionalmente poderosos, estos no terminan por ser tan eficaces.

Visualmente no hay nada espectacular, los efectos se ven sumamente falsos gracias a un CGI mal empleado y ejecutado, ni siquiera el diseño de los orcos llega al nivel deseado, parece como si de verdad se tratara de un videojuego y no de una película, la gente de departamento de arte no tiene nada de imaginación, lo que hace ver al mundo de Warcraft lastimosamente plano.

El mini género de los videojuegos tendrá nuevamente que esperar, sigue sin surgir alguna película verdaderamente importante  adaptada de algún título de consola, por lo general cuando no están en focos rojos aprueban lo justo, Warcraft parecía la oportunidad idónea, sin embargo termina por ser una película sin matices, sin imaginación, el primer gran fracaso de Duncan Jones como director.