Por Daniel Hernández García.

 

               Se escapa el humo de un costado del mundo, de mi costilla brotan moretones como islas, curvas en la acera, las luces me atrapan nuevamente, de nuevo el infierno consume a mi infierno, las llamas dejan cada vez más cenizas que salen en forma de vomito negro con coágulos de sangre. Una noche más que término sosteniéndome de un poste esperando el crepúsculo o lo que sea que venga por mí hoy. Me siento enfermo y confundido.

                Con la habilidad del borracho logro llegar a mi apartamento, me derrito sobre el sofá, pequeños rayos de luz hostigan mis sueños, sombras de olas se dibujan debajo de mis parpados, una pequeña ilusión regalo de esta ciudad envuelta en llamas, dichosos los borrachos pues de ellos será el reino de los cielos.

                Los sudores que brotan de mi cuerpo hacen que me levante del sofá, giro a ver la humedad que deje y ahí está mi silueta como una escena del crimen, ¿Dónde están las mujeres que comprobaran mi resurrección? Tomo un baño con agua muy caliente para eliminar las toxinas que se apoderan de mi sangre y poder renovar las sustancias en mi torrente. Con una mano quito el vapor del espejo, y ahí estoy de casi treinta, con mis tetas contando y mi abdomen es una masa asquerosa e inflada. No existe rocker en el mundo que sobreviva sin sacrificar su cuerpo. Iggy Pop dejo de serlo hace años y ahora es la meta de muchos.

                Camino por los pasillos de mi hogar, camino sobre mis propios poemas, hojas dispersas aquí y allá, poemas esperando poder nacer. Tomo con mi mano derecha el disco de “L.A Woman” de The doors, lo coloco en la tornamesa, cuando bajo la aguja, noto en mi brazo una senda de sangre, una herida se abrió con la ducha. No hay duda que los baluartes se están desmoronando.

                Se escucha The whasp (Texas Radio And The Big Beat), mientras tomo mi desayuno, una taza de café y un porro, el humo se escapa de un costado del mundo, lentas sendas se dispersan frente a mis ojos donde se proyecta mi vida, recuerdos que como anclas me impiden avanzar, niños que jugaron a ser dueños de sí mismos pero sólo obtuvieron lágrimas, adiós mamá, adiós papá, nunca lo pude decir antes y eso me enferma, los amaba y me duele su pérdida pero me da tranquilidad su paz. El remordimiento se apodera de mi estado de ánimo.

                Fumo un poco más del porro, puedo escuchar el tronido del papel arroz, me puedo ver como un soldado que cumplió su deber pero no se siente satisfecho con el resultado, dejo la cocina y me traslado al escritorio donde se encuentra mi máquina de escribir, el teclado blanco me mira con severidad, hace mucho que no hago ni un párrafo, simplemente no puedo escribir; al parecer cuando Jessica me abandono se llevó consigo mi voz,  ella en un principio me apoyo cuando me creyó un best-seller, le traté de explicar que no siempre los best-seller son buenos libros: -es sólo un marco de venta, mi amor, como la biblia todos tienen una pero nadie las lee-. –Realizar puentes a partir de la individualidad es mi trabajo- le dije, nunca lo entendió así que después de cinco años me abandono.

                Adiós mi muñequita preciosa, adiós al celofán sobre el tacto y tus huecos que muchas veces fueron mi refugio en días lluviosos y soleados, también en días de festejo. Abro una botella de Jack Daniel´s y bebo directo de ella; trato de forzar un poema, pero nace sin chispa como un feto sin vida. Antes sólo bastaba relajar el culo y comenzaban a salir las palabras en fila india hacia lo real y desconocido. Olvido por un instante mi problema y disfruto el sabor del whisky, reclino la silla y duermo hasta el anochecer.

                Todas las noche son iguales, el único horario donde no me siente enfermo, la ilusión de encontrar una dama con quien lamer mis heridas que me proteja de la oscuridad; termino con Jack para llegar a tono a mi destino y no gastar de más;  enjuago mi rostro, tomo mi chaqueta, verifico provisiones y salgo caminando por la colonia Juárez, me dirijo hacia el centro; unos oficiales que estaban afuera de un Oxxo me abordan, uno me pregunta a donde voy, sarcásticamente le contesto que no me interesa su compañía como si se tratara de una puta que te ofrece sus servicios. Otro oficial me pone a mi costado y me arrincona en la pared, me dicen que me van a revisar, rutina nada más, el derecho civil no es algo que se acostumbre en la oscuridad, sin dificultad encuentran una bolsa de mi preciada mota, comienzan a revisar, les molestó que sólo llevara un tostón. Me comienzo a reír, la sonrisa me duro poco pues fue apagada por el puño de uno de los oficiales, uno me golpea en el estómago, es claro que me hizo daño pues de inmediato vomito un coágulo de sangre sobre su fornitura y sus zapatos, enfurecidos comienzan a patearme en el suelo, sigo tosiendo sangre. Los bastardos me dejan tirado en mi vomito.

                Al parecer una mujer preocupada por la vista de su calle llama una ambulancia la cual tarda cuarenta y cinco minutos en llegar, tiempo suficiente para intentar pensar en mis errores, mi agonía sólo es el resultado de esta sociedad, de puertas cerradas, de piernas que me rechazan, mi búsqueda de libertad sólo trajo desempleo y pobreza a la cuales nunca les tuve miedo, pero es el morir en una calle como vagabundo lo que me aterra, me aterra que lo último que vea sean ojos de desconocidos que me miran con desaprobación y lastima, -largo-  grito, –largo, largo-, hasta que me desmayo.