Por Víctor Daniel López < VDL >

 

Compilación, recabada por Fondo de Cultura Económica, de las cartas de Octavio Paz enviadas a Jaime García Terrés a lo largo de 30 años y en las que se tocan tanto temas personales como de los proyectos culturales que ahondaban en los años de 1952 a 1986 en México, mismos en los que Octavio Paz vivió en París, y posteriormente en la India fungiendo como embajador, y en los que García Terrés, en México, ejerció como Director General de Difusión Cultural de la UNAM, así como Director de la Colección de Poesía y Ensayo (Imprenta Universitaria), después Embajador en Grecia, como también Director general de la Biblioteca Archivo de la Secretaría de Relaciones Exteriores.

A lo largo de estas cartas recopiladas, con notas complementarias de Rafael Vargas, que son muestra de una investigación extensa y completa, se observa la comunicación que mantuvieron estos dos amigos intelectuales mexicanos, unidos por la misma pasión y sumergidos en una admiración del uno hacia el otro, al encontrarse separados por el tráfago de los días que entonces los separaban hacia extremos distantes del mundo. Se observa la coordinación de ambos para emprender los proyectos que buscaban promover la cultura y el talento literario del país (como “Poesía en Voz Alta”). En su correspondencia se intercambian opiniones sobre las obras que entonces se encontraban desarrollando ambos, así como de escritores que apenas comenzaban a salir a la luz en busca de divulgación. Y aunque no siempre coincidían, al final se respetaban, enfocándose mejor en aquello que sí hacían. “Tenemos opiniones distintas sobre la naturaleza del Cielo y la marcha incierta de los hombres sobre la Tierra, pero nos gustan los mismos poetas. Esto es bastante. Hablamos de las diez mil cosas que han hecho este universo y de algunas de las que forman los otros. Bebemos sin emborracharnos, salvo de palabras”, le escribió Paz a su amigo en una de las cartas aquí expuestas.

Por aquellas hojas pasan ilusiones, inconformidades, retos. Las relaciones que cada uno tenía dentro de los círculos a los que pertenecían. Cuestiones sociales y políticas. Críticas hacia sus propias obras y ajenas. Los cargos que ejercían. Los cambios que se avecinaban. Los días que corrían. Pasan también por allí los nombres de Rulfo, Poniatowska, Juan José Arreola, Elena Garro, Ezra Pound y de Borges. Se analiza la poesía de Gilberto Owen o de Pierre Reverdy. Muchas de las cartas que Paz envía a su amigo y colega García Terrés van con objeto de hacerle solicitudes para la revista en la que ambos trabajan, con sus colaboraciones y peticiones especiales que le realiza, con sugerencias que podrían ser útiles a la gestión de la misma revista y su contenido.

Octavio Paz y Jaime García Terrés no solamente fueron embajadores políticos de México, India y Grecia, respectivamente, sino que también fueron embajadores culturales de México con el mundo, promoviendo el talento e intelecto tanto desde adentro como afuera, sin barreras, haciendo honor así a las dos ramas más asombrosas que hay en la tierra: el arte y la ciencia.

A pesar de que aquí sólo se reúnen las cartas dirigidas a García Téllez, pues las respuestas se perdieron al incendiarse el departamento de Paz, no resultan indispensables, pues en la propia conversación cíclica del Premio Nobel de 1990 se logra comprender la relación que había entre ambos y lo que fueron capaces de lograr a pesar de encontrarse tan lejos. “La amistad entre García Terrés y Octavio Paz puede leerse como una historia de colaboración continua. Ambos comparten, además de su devoción por la poesía, la pasión por el trabajo editorial, una tarea que en México no suele reconocerse de manera suficiente como lo que en realidad es, cuando se hace bien: una delicada labor intelectual, que requiere no sólo una gran cultura sino de un auténtico entusiasmo, de una suerte de urgencia por comprender y transformar la realidad”, menciona el autor Rafael Vargas.

Este libro es solamente una pequeña muestra de cómo dos de las más grandes personalidades y mentes brillantes que ha tenido nuestro país, lograron dar marcha a una revolución cultural, innovando, creando, cambiando las cosas como hasta entonces venían medio funcionando; se demuestra cómo esta relación, además de basarse en una fiel y fructífera amistad, lo hizo también en el intelecto. En cierta medida, fue gracias a ellos que el mundo viejo y el nuevo pudieron crear un puente de comunicación por el cual cruzaban hombres con maestría en sus letras e ideas para darse a conocer en tierras ajenas. Diferentes formas de ver el mundo, desde distintas perspectivas culturales, pudieron convivir sin tregua, siendo así quizás el inicio de una era de globalización e industrialización artística y cultural.

“Todos, ante el antiguo amigo de su padre, se aguzan en preguntas: ¿de dónde, cuándo, a dónde? Preguntas y respuestas brillan y se disipan: Tus hijos han traído los cántaros del vino, arroz inmaculado, hijo color de sol y cebollas cortadas en la lluvia nocturna. Hay que regar, me dices, con vino nuestro encuentro. Sin respirar bebemos las copas rebosantes diez veces y otras diez y no nos dobla el vino. Nuestra amistad lo vence: es un alcohol más fuerte. Mañana, entre nosotros -altas, infranqueables- se alzarán las montañas. Y el tráfago del mundo.”

Octavio paz