SOMBRA

 

Por Carla de Pedro

 

 

Uno puede ser apenas una sombra. Como mi abuela cuando, por las noches, encendía la estufa y quedaba reflejada por un instante en la pared de la cocina hasta que prendía la luz, siempre después, y se ocultaba en ella. Recuerdo los sartenes y los comales que colgaban del muro y que pasaban a formar parte de ese cuerpo oscuro que se alargaba por segundos. Era como ver su alma, que, colocada cual una de esas antiguas cintas, fuera revelada por una linterna mágica.

La abuela tenía un alma cálida y profunda como una olla de barro. Así, de barro, estaban hechos todos sus movimientos. Era dura pero uno diría que estaba siempre por quebrarse. Mas no, nunca lo hacía. Solamente una tarde pude ver una grieta.

Tendría unos 10 años y mis padres me habían dejado a su cuidado. Mis tíos y primos habían llegado a comer y el abuelo, que casi nunca estaba, se había quedado también un rato a convivir con nosotros. Antes de partir lo vi abrazar a la abuela, darle un beso en la mejilla y entregarle el gasto de la semana.

Esa noche, mi abuela y yo rezamos ante la imagen de la virgen que yacía en su dormitorio y pude ver lágrimas escurrir por sus mejillas. Nunca la había visto llorar. Al terminar la oración se quedó parada mirando la imagen, luego, giró su rostro hacia mí y dijo: “la virgen es buena, de joven siempre le pedí un marido que no me golpeara y me lo concedió”.

En aquél entonces yo no sabía que el abuelo tenía otra familia, con hijos de la misma edad que mis tíos, ni que no vivía en casa de la abuela. Ese hombre nunca puso un pie en la cocina ni pudo percatarse de ese instante en que el alma de la abuela era casi visible. Sé también que nunca la golpeó. A veces me pregunto si él percibió ese sabor de la comida de la abuela, ese sabor que nada tenía que ver con especias y condimentos, sino con esa sombra y con ese fuego.

La imagen de mi abuela se quedó grabada en mí y a veces me arrepiento de no haberle dicho cada día, hasta que lo entendiera, que la amaba y que el amor no sólo viene de un marido. Tal vez así mi abuela no habría tenido que ser tan fuerte, habría podido quebrarse, como todas las personas, para después reconstruirse.