Reseña de la película “Los años más bellos de una vida” de Jean-Louis Trintignant

 

Por Víctor Daniel López  < VDL >

Twitter @vicdanlop

 

 

Quizá una de las películas más hermosas que haya visto en la vida. El cine francés jamás defrauda, sino al contrario, sorprende más y mejora, se reinventa. “Si deseas ser moderno has de regresar a los orígenes”, decía y componía de esa forma Verdi. Y así es como el director Claude Lelouch regresa con esta película para terminar la trilogía que empezó hace más de cincuenta años con la película “Un hombre y una mujer” (película que le valió la Palma de Oro de Cannes en 1966). Y lo más maravilloso: volver a ver en pantalla a los mismos actores franceses de la trilogía, y quienes han sido de los más grandes: Anouk Aimée y Jean-Louis Trintignant.

Retorna la historia de Jean-Louis Duroc y Anne, ya viejos, justo después de medio siglo de haberse conocido y de tantos años sin saber uno del otro. Jean pasa sus días en un asilo, en donde no deja de hablar de la única mujer que en realidad amó (a pesar de haber sido un mujeriego cuando era joven y piloto de autos de carrera). Un lobo solitario, viejo y cansado, no arrepentido por las decisiones en su vida mas sí extrañando los días vividos al lado de la mujer que le hizo encender el corazón como ninguna otra lo hizo. Recita poemas en su soledad y sueña con algún día atravesar la puerta principal del asilo para escapar de aquella prisión (tal vez con alguna mujer, tal vez con la misma, la de siempre).

Jean, a quien le da vida el magnífico Trintignant (apenas fallecido este 2022), aunque se caracteriza por siempre haber sido soñador, va perdiendo la ilusión con el pasar de los años, hasta que Anne, por petición del hijo de Jean, le hace una visita, y otra, y una más. Cada día es uno diferente, y aunque se repite la historia, Anne se conmoverá con el amor y los recuerdos que Jean aún tiene de ella, a pesar de que se encuentra perdiendo la memoria (va perdiéndolo todo, menos a ella, que la va recuperando).

La fotografía de Robert Alazraki, el guion de Claude Lelouch que lo hace de una forma tan poética que llega a tocar límites como muy pocas veces en el cine, los diálogos íntimos de la pareja que nos recuerdan a los de Bergman, las imágenes en recuerdo sobre otras imágenes (aludiendo que el tiempo, aunque pasa, jamás se pierde), la participación estelar de Monica Belluci, la banda sonora excelente de Calogero y Francis Lai. Todo, resulta encajar perfecto para terminar siendo un emotivo cierre de la trilogía del director francés y una obra maestra. No por nada fue la ganadora a Mejor Película Extranjera en los Óscares de 2019. La tesis: la edad; la conclusión: el amor que perdura.

La escena final en el recorrido dentro del automóvil que recorre las calles de París a las seis de la mañana, desde los Campos Elíseos, pasando por el Arco del Triunfo, la Torre Eiffel y llegando hasta Montmartre, con la banda sonora que encaja perfecto para erizar la piel, y las imágenes del recuerdo y un amor aún palpable y que permanece, no tiene nombre. Es una belleza. Todo en esta película es una belleza.