Ludwig de Visconti. Poético homenaje al romanticismo

 

Por Víctor Daniel López  < VDL >

Twitter @vicdanlop

 

El romanticismo puro en esta película de uno de los directores italianos más grandes. La soledad y la noche. La niebla. La obsesión por un amor imposible. La locura y la total incomprensión ante los demás. Ser un desadaptado, porque uno ha nacido en el tiempo equivocado. El hombre ante el abismo. El hombre tratando de enfrentar el mundo con el arte, intentando entenderse de paso a sí mismo. La genialidad de esta cinta es que todo esto Visconti logra reflejarlo a través de una técnica capaz de hacernos sentir también desolados, como los románticos. A través de su cámara lenta, el color, la técnica en su dirección y un guion en el que varias líneas podrían pasar como hermosa poesía que se recita a los árboles, al viento, con la más sutil voz y la delicadeza de palabras que nos hablan sobre el martirio de sufrir por algo que va más allá de la tristeza de existir. Esto, a la vez contándonos una historia extraordinaria como histórica: la vida de Luis II de Baviera. La película inicia con su posesión en el reinado y nos muestra esa personalidad melancólica y de angustia clavada en él. Un joven cuyas obsesiones, ajenas a sus deberes como rey, son simplemente dos: el amor que siente por Isabel de Baviera, Sissi, hermana de su mujer; y el amor que profesa inconmensurablemente a la música de Wagner. El tema principal se centrará más sobre la segunda, Luis de Baviera seducido por las óperas de Wagner. La música de Tristán e Isolda suena, y nos acompañará a lo largo de las cuatro horas del filme. Él es Tristán. Él es el romanticismo. Irá enloqueciendo de amor y de desamor, de lo imposible y lo sublime. Lo entregará todo por la música de Wagner: las riquezas de su reino para cada una de sus peticiones. Y la gente lo acusará, lo atacará, se burlará de él. Pero se estrenarán las óperas que Wagner quiera y hasta le construirá su famoso castillo de Bayreuth para la presentación de la tetralogía del anillo. Descuidará la guerra, la perderá, y dejará sin dinero a la monarquía. Irá enloqueciendo más, a causa de la “paranoia” que pronto diagnosticarán en él, hasta terminar convirtiéndose en uno de aquellos hombres que caminaban por los bosques a las sombras de los árboles de madrugada, que subían los acantilados para contemplar el horizonte, la luna, la noche que se hacía más noche. Vivirá para la música, se dejará consumir por ella. Hay escenas que, parecieran, estuviéramos contemplando tal cual una pintura de Friedrich o de Turner. Y así como en el filme anterior de Visconti, «Muerte en Venecia», termina siendo un homenaje al impresionismo, «Ludwig» no es otra cosa más que una hermosa veneración, poética y sublime, a otra de mis corrientes favoritas: el romanticismo. Así como Gustav persigue la belleza, aquí Ludwig anda siempre en búsqueda de lo imposible. Así como allá fue Gustav Mahler, aquí es Richard Wagner. Dos películas que son obras maestras y un homenaje al arte en todas sus formas. El final será la locura, la noche, la tragedia y el enigma. Ludwig fue siempre enigma, así hasta su muerte. Nunca dejó que lo descubrieran. Era el loco, el incomprendido, sólo otro hombre adelantado para su tiempo. Esta es una película hermosa sobre una historia romántica por uno de los directores más sensibles y completos en la historia del cine.