Por: Daniel Hernández García

 

Carlos miró fijamente el muro de su departamento que estaba lleno de agujeros, pequeños cráteres en los cuales se podía ver el concreto, una capa de yeso y pon fin la pintura levantada. Agujeros donde alguna vez existió una fotografía, una repisa donde se encontraban enfilados trofeos en correspondencia a una gran dedicación a esto o aquello, reconocimientos por los 10, 20, 35 años o una vida al servicio de cualquier empresa, una pintura traída de Marruecos o cualquier otro recuerdo de los anteriores inquilinos. Carlos no había colgado nada en su pared, hasta el momento frente a él se encontraban estas pequeñas imperfecciones dispersas como una constelación de estrellas, recorrió  con los ojos la superficie de izquierda a derecha y viceversa, ahí estaban los agujeros como las estrellas que se apagaron hace mucho tiempo pero que su luz sigue viajando por el espacio, eso era su pared, una representación viva de melancolía, todas estas formaciones sin sentido habían sostenido el significado de algo, la pertenecía de otro. Carlos era receptor de toda esta carga de recuerdos, un intruso en ese espacio.

La poca iluminación de su departamento era opacada por los destellos del exterior, reflejos de neón, parpadeantes sombras en constante actividad, sonidos de autos rebotando en las paredes hasta desaparecer para dejar entrar al siguiente sonido; Carlos en medio de esta impropiedad y en su ausencia de complementación se dio cuenta de lo insignificante de su existencia hasta el momento.

Esta noche seria la noche más dura para Carlos pues de alguna forma estos agujeros en la pared le dejaron ver por primera vez su realidad. Este era el primer departamento que habitaba que no fue acondicionado para su estancia, con sólo un catre y un sofá desgarrado ambos olvidados por sus antiguos dueños, con su maleta a lado se quedó mirando la evidencia de existencia de los anteriores habitantes.  Un hombre de su clase jamás había dejado ni tenido la necesidad de apego a los objetos ni a las personas, educado para ser profesional y objetivo, un engrane funcional de la sociedad. Sabía muy bien que los objetos fueron diseñados para llenar vacíos en la vida de los demás, un sentido de pertenencia creado por el consumismo. Para él una silla era una silla y como tal debía tener únicamente un uso funcional nunca para decorar o complementar; sin embargo, el vacío aparente del apartamento le creo un problema de inconformidad.

Carlos quedo hipnotizado por los agujeros en la pared y  comenzó a sentirlos con sus manos, con su rostro inclinado hacia su palma podía ver todas las imperfecciones del muro color verde olivo, de vez en cuando soplaba hacia el interior de los agujeros para tratar de adivinar la profundidad de cada uno. Su boca comenzó a llenarse de pequeñas partículas de polvo blanco. Carlos trato de adivinar la forma de las repisas que ocuparon su espacio donde se había colgado un cuadro pero el desorden le impidió imaginarlo. Carlos tomó su cartera y bajo corriendo las escaleras del edificio, salió a las calles en busca de una ferretería para comprar un martillo, clavos e hilo de diferentes colores.

Ya en su habitación tomó sus nuevos instrumentos y comenzó a agrupar los agujeros, primero los agujeros horizontales, clavaba los clavos en los agujeros cuando percibía una separación irregular entre ellos, daba por hecho que se trataba de una nueva sección, el hilo lo pasó de clavo en clavo y después de varias horas repitiendo este proceso comenzaron a tener forma las alineaciones, de pronto pudo ver a través de los hilos.

Los hilos dejaron de ser hilos, en el muro se encontraba Andromeda, Hydra, Formax, Leo, Pyxis, Sagittarius, Sextans, Ursa Major, Ursa Minor, Volans, Lyra, Cygnus. Todas las constelaciones en la pared una sobre otra, Carlos soltó el martillo de su mano izquierda pues al ver todo esto entendió que quería forma parte de las constelaciones y ahí donde debía estar el Sol colocó su cabeza, tomando firmemente el martillo Carlos golpeo con todas sus fuerzas su cabeza y ahí donde debía de estar el Sol la sangre exploto salpicándolo todo.

Donde alguna vez existieron constelaciones se levantó un nuevo muro, no más Pyxis, no más Sextans, no más Sol.

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